miércoles, 21 de octubre de 2009

El robo de cada dia

Siempre escuchamos de personas, aquí y allá, que son visitadas por indeseables personajes: los ladrones. Pero, solemos pensar que, si bien las personas no tienen la culpa de ser robados, seguramente su casa, barrio, tipo de vecinos; o incluso, estilo de vida, los hacen más propicios a ser visitados por esa laya de personas. Muy rara vez, la historia contada por otra persona, sobre sus tristes experiencias sobre robos, influirán en alguna futura acción que vayamos a tomar.
Y eso es lo que precisamente me paso a mí. Hasta el momento, era el invito del vecindario: nunca robado, nunca visitado. Atribuía mi falsa seguridad, a mi estilo de vida, a la forma de mi casa, y hasta a Dios. Pero todo eso se derrumbo, al ser visitado, y justo un día domingo, cuando estaba en la Iglesia.
Antes de que se preocupen, lo sucedido no afecto mi fe; pero si me preocupo.
Tuve que invertir en alarmas, blindar la puerta, anular otra con una pared, y otras cosas; antes de poder conciliar el sueño. Pero finalmente, estoy tranquilo de nuevo.
¿Ahora, qué me costaba hacer todo esto antes? ¿Por qué postergue estos cambios por tanto tiempo, hasta que finalmente fui robado? La razón, es muy sencilla, y es la misma por la que usted, que lee esto, tampoco hará nada…

viernes, 25 de septiembre de 2009

El real precio de las cosas

Todas las cosas tienen dos tipos de valores: uno visible y casi siempre monetario; y otro oculto, relacionado con lo que tenemos que hacer o sacrificar, para obtener lo deseado.
Un auto, puede valer 5.000, 10.000 o muchos más dólares. Pero ese es solo el precio visible. ¿Cuál es el precio oculto, que debo pagar para obtener el dinero requerido?
Hace poco estuve un día entero en una magnífica ciudad, al sur del Paraguay: Pilar.
¡Qué sencilla y tranquila se le veía a la gente!
Era un domingo, y era muy temprano. Debía de asistir con mi familia a una reunión religiosa. Mi esposa se había olvidado los zapatos adecuados para tal evento, y ante la posibilidad de que no asistiera; decidí romper un mandamiento de no comprar los domingos, e ir a buscar un calzado.
Al salir, a las pocas cuadras, siendo las 7 de la mañana (y a ciencia cierta, sin ninguna esperanza de encontrar un domingo, y a esa hora, un local abierto que vendiera calzados); encontré una tienda con la persiana metálica a medio cerrar. Dije en mis adentros: están por abrir. Pero, al acercarme, un tranquilo vecino, me dijo que la persiana estaba así, desde anoche, cuando el dueño del local no pudo cerrarla.
Yo, inmediatamente le pregunte si no tenía miedo de que alguien entrara y le robara. Este hombre, totalmente ajeno a la realidad en la cual vivo en Asunción, me dijo que en lo más mínimo. Que Pilar, esas cosas no ocurrían. Luego, y como si fuera lo más normal, me dijo si no quería que fuera a buscar al dueño a su casa, para que me atendiera. Aparte de que estaba por romper un mandamiento, al comprar un día domingo, no quise agregarle a mi falta, el romper la tranquilidad de alguien a la mañana; por lo que le agradecí y me retiré.
Finalmente, el zapato lo conseguí prestado de la amable esposa de unos de los líderes de la iglesia. Pero, al correr el día, no pude evitar reparar en la amabilidad que todos tenían al cruzarse en la calle. Parecía que todos eran conocidos, amigos o parientes. Luego, la tranquilidad, y hasta el desenfado con que la gente se trasladaba, o hacia sus quehaceres. Nadie estaba apurado, nervioso, o ensimismado por alguna preocupación.
Ciertamente no vi grandes posesiones materiales, ni cosas de valor. La ropa era sencilla; las casas, con muy pocas excepciones, eran sobrias; los vehículos, eran simples bicicletas o motos; etc.
¿Cuánto vale la tranquilidad, el tiempo que pasamos con amigos o familiares? ¿Cuál es el valor que pagamos por las cosas materiales que poseemos? Parece que hay un valor oculto, más allá del dinero.
En la ciudad debemos de correr, manejar rápido, en la oficina somos muy competitivos. Vivimos pendientes de la información, de los resultados, del balance contable. Llegamos cansados, y hasta a veces irritados a nuestras casas. Tenemos pocos amigos, y nuestras relaciones interpersonales, a veces son frías y de un tinte depresivo.
¿Vale tanto un televisor de plasma, un aire acondicionado en el cuarto, o uno o dos autos en la cochera? Parece que sí. Para pagarlos, no solo debemos de invertir mucho dinero; sino que a la vez, sacrificar un estilo de vida sano, edificante, y hasta reconfortante (como el de la gente de Pilar); por una vida vertiginosa, y a veces, no muy gratificante.
¿Qué estas sacrificando cada día, para obtener lo que deseas? Tal vez lo que deseas, cuando lo poseas, no tenga tanto valor para ti; como lo que sacrificaste para poder obtenerlo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Introducción

Antes que nada, soy consciente de que, un extranjero, debería de abstenerse de dar opiniones sobre un país, gente y cultura, que no es el propio. Pero creo que, con ya más de veinte años de residencia continua, casado con una hermosa mujer paraguaya, y con cuatro bellas hijas; me he ganado el derecho de poder opinar, disentir, o simplemente, comentar lo que me viene a la mente, o veo.
Además, porque mis intereses son sinceros. No busco denigrar, humillar, ni siquiera crear figuras burlonas. Solo deseo compartir, y tal vez influir en una forma de pensar, y consecuentemente, de actuar diferente; que nos ayude a todos, como sociedad, a mejorar.